La luz cansada del mundo
me embota los sentidos,
las voces del delirio hacen eco
en el cuerpo temeroso.
Te veo como a través de un cristal
empañado de sueño.
¡Cómo quisiera destruir este rostro
de distancia y prudencia inútil
que transforma mis cabellos
en hilos de metal oscuro
que me atan a una razón absurda
y retienen el galope de mi locura.
Mi lugar en el dolor
conduce todas mis lágrimas
al espejo de agua
donde yacen mil narcisos.
A mis ojos llenos de fuego
resultas más hermoso
cuanto más imposible,
lejos de la sordidez
que me empeño en esconder
de las miradas obtusas
de la gente que se niega
a sí misma, como yo.
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