El escape como espacio de fantasía que he creado, para deslizarme de las fronteras de una realidad que siento tan mía pero tan ajena...que sea una franja de aire donde se suspendan los ingratos segundos que nos dejan todo el tiempo...

martes, 24 de noviembre de 2009

Egocentrismo (Cuento)

Hoy desperté muerto. Mi madre no me miró durante el desayuno ni siquiera para pedirme que le pasara un cuchillo (se estiró hacia el otro lado de la mesa y lo tomó por el mango, y cuando doblaba el brazo hacia su cuerpo, todos los cubiertos de la cajita llovieron sobre el piso y la mesa, con un estruendo metálico). Así que en lugar de reclamarme, como todas las mañanas lo suele hacer, por qué llegué tarde, se limitó a recoger el brillante desorden. Pobre mujer. Tal vez esté cansada.

Cada momento en casa me confirmaba la sospecha mortal, pues mamá dejó su desayuno intacto, la loza sin lavar, las camas sin tender-lo que no le hubiera tomado una hora. Razoné entonces que si yo había muerto, su comportamiento era apenas natural, Soy su único hijo. Al salir, aunque debía esperarlo, me entristeció (paradójicamente) la falta de un rito materno tan odiado y evitado por mí: la bendición materna. Pero tenía que acostumbrarme a estar muerto.

Debo ser un fantasma extraordinario. Lo digo porque justo antes de abrir la puerta tuve la brillante ocurrencia de cumplir el sueño infantil de atravesarla, como se ve en las películas de terror. Me eché a correr, segurísimo del éxito de mi hazaña (cotidianidad de espíritus y sueño de ladrones y chismosos), cuando, entonces, vi todo negro. Luego de no sé cuánto tiempo, salía a la calle usando el picaporte de la puerta y con la nariz chorreante de una sustancia parecida a la sangre, una esencia de ultratumba, sin duda. El no poder traspasar los sólidos todavía se deberá a que no llevo ni un día de difunto. Respecto al ardor que resultó de mi choque contra la puerta y que continuaba en mi rostro, debe ser el recuerdo de un sistema nervioso resentido, creo.

Compruebo que nadie es indispensable. La calle y el barrio siguen igual sin mí. Caminé, como todas las mañanas de mis días ya idos, hasta el final de mi cuadra y automáticamente entré a la tienda de la esquina por el primer paquete de cigarrillos del día. Como siempre, hice mi pedido sin saludar al viejo de don Herminio, mientras reunía el dinero. Inexplicablemente, ese hombre ha fijado sus hundidos ojos en mí, ya no con el inconfundible fastidio disfrazado de fingida atención comercial, sino con algo que los mortales (recuerden que yo ya atravesé la famosa luz al final del túnel) llaman lástima, a tal punto que no me cobró esa ni las cientos de cajetillas que deben figurar en el libro de los fiados, que ya deben estar rematadas por una cruz, como señal de que la muerte anula todas nuestras deudas terrenales-con mayor razón aquéllas relacionadas con algo tan material como el dinero. Caramba, si debo estar en una especie de trance entre los vivos y los bien muertos, pues de nuevo mis temblorosas manos chocaron con la reja de formas sucias y angostas que resguardaban toda la mercancía de la tienda, incluyendo esas monedas de chocolate que son la secreta debilidad de un tipo rudo pero dulce en el fondo.

Una vez en la calle me extraña la valentía de un hombre tan mezquino como Don Herminio, al lograr hacer negocios con un espectro sin proferir un solo grito, si siempre me había echado a patadas y escobazos de su tienda cuando entraba con un “bareto” encima. Bueno, me preguntó cuánto tiempo más tomará esta transición entre saberme muerto y estarlo del todo… Me detengo en medio de la calle a sumirme en la importante reflexión acerca de si existe una muerte total o una muerte a medias, estado del que salgo gracias a un par de palabrotas de un taxista irritado y seguramente muy ignorante o muy ciego… ¡mira que confundir un idiota imprudente con un recién difunto! No creo que sea difícil, menos bajo este fuerte sol de mediodía (curiosamente desplegado como una sombrilla, sólo que con los rayos quemantes bajo su área), este sol que empieza a hacerme invisible, así como dicen que evapora a los vampiros. Penar en eso me asusta y me indica que me queda poco tiempo. ¿Tiempo para qué? He escuchado que deben cumplirse las últimas voluntades del agonizante antes de su partida al otro mundo, lo que me conduce al parque del barrio, media docena de cuadras al oriente, trayecto que hago solamente por Mariana, para verla, tal como vengo haciéndolo desde los doce.

Mariana, conserva su cara de niña inocente como siempre, su inalterable expresión de indefensión y abandono que me hace doler-casi literalmente-el pecho, a pesar de las capas y capas de maquillaje, la sombra oscura de sus ojos turbios. Esos ojos… ¡esos ojos! la fascinación que sobre mí ejercen sólo resulta interrumpida por los párpados sombríos en los pocos momentos en que se cierran, ya que Mariana parece muy despierta todo el tiempo, sin querer perderse un detalle de lo que pase alrededor suyo, creo.

Entonces ocurre un milagro que me desconcierta: una sonrisa. Primero como una pequeña desviación de su boca eternamente recta, luego como una mueca que desfigura su rostro impasible de una manera que sólo puedo calificar de hermosa…algo que había esperado toda la vida se me concede con la muerte ¡qué triste! Me acerco a ella, ya más aterrado que feliz, puesto que la sonrisa ha mutado en sonoras carcajadas, algo nunca antes visto. De pronto su risa se detiene, como si estuviera arrepentida por hacerme sentir mal, para decirme: “Oiga, ¿usted no debería estar en otra parte? Creo que lo necesitan en su casa”. Y me dejó así, con esas palabras, las primeras y únicas que me dirigió en esta corta vida. Mariana se fue abrazada con el idiota que siempre ha podido verse reflejado en esos ojos grises. Pero, ¿cómo era posible que me viera sabiendo que estaba muerto? Ella sabía que ya no debería estar “aquí”, con los vivos. O, ¿me habrá querido decir otra cosa? No, imposible, pero ya no quiero cuestionar más mi estado; creo que la ‘pensadera’ es la que me ata a este mundo…Bueno, vagaré un rato a ver qué pasa, como lo hacía cuando estaba vivo. Uhm, y tanto que especula la gente acerca de la muerte y todo sigue igual…bueno, morirán engañados. Uy, qué curioso, por aquí hay una señora con el mismo nombre de mi mamá, dice en este cartel que se murió…a lo mejor me la encuentre más tarde.

No hay comentarios: