El escape como espacio de fantasía que he creado, para deslizarme de las fronteras de una realidad que siento tan mía pero tan ajena...que sea una franja de aire donde se suspendan los ingratos segundos que nos dejan todo el tiempo...

lunes, 30 de noviembre de 2009

¿No te parece horrible
que haya gente como nosotros?
Los trastornos de la rutina
vistos como el obstáculo,
el peso
en un saco sin fondo.
Cómo es que teniendo tanto
se ame tan poco,
el orgullo solipsista
retiene la oleada irrefrenable
contra toda posibilidad.
Cómo temerle a los abrazos
y a la cópula de las bocas
que se van acercando entre palabras
si apenas se intuye
que no hay espacio entre nosotros
aunque lo imaginemos
lleno de disculpas y silencio.

martes, 24 de noviembre de 2009

Contigo todo es la incertidumbre
no sé qué sombras te recorren cada noche
en el cálido abandono del tú mismo,
bueno ni yo misma me conozco
lo confieso
pero hay una fuerza que bulle al interior
que salta con tu gesto brusco
y tu mirada que va de uno a otro lado.
Me inquieta el aire que va con tus pasos
que hace posible ese fuego que me figuro,
cómo es que lo soporta tu cuerpo
si yo trato de cubrirme con la risa
de las dudas heladas que me traspasan.
Hoy quiero una razón precaria
para borrar de la mente
tanta imagen y resonancia de silencio
que levanta muros y montañas
de un solo puñado de arena.
Cómo me olvido de esta presión
que me marca el ritmo de cada inspiración
y me deslizo entre los paso invisibles
de este tiempo que acerca una cuchilla
al cuello, mi frágil tallo.

Egocentrismo (Cuento)

Hoy desperté muerto. Mi madre no me miró durante el desayuno ni siquiera para pedirme que le pasara un cuchillo (se estiró hacia el otro lado de la mesa y lo tomó por el mango, y cuando doblaba el brazo hacia su cuerpo, todos los cubiertos de la cajita llovieron sobre el piso y la mesa, con un estruendo metálico). Así que en lugar de reclamarme, como todas las mañanas lo suele hacer, por qué llegué tarde, se limitó a recoger el brillante desorden. Pobre mujer. Tal vez esté cansada.

Cada momento en casa me confirmaba la sospecha mortal, pues mamá dejó su desayuno intacto, la loza sin lavar, las camas sin tender-lo que no le hubiera tomado una hora. Razoné entonces que si yo había muerto, su comportamiento era apenas natural, Soy su único hijo. Al salir, aunque debía esperarlo, me entristeció (paradójicamente) la falta de un rito materno tan odiado y evitado por mí: la bendición materna. Pero tenía que acostumbrarme a estar muerto.

Debo ser un fantasma extraordinario. Lo digo porque justo antes de abrir la puerta tuve la brillante ocurrencia de cumplir el sueño infantil de atravesarla, como se ve en las películas de terror. Me eché a correr, segurísimo del éxito de mi hazaña (cotidianidad de espíritus y sueño de ladrones y chismosos), cuando, entonces, vi todo negro. Luego de no sé cuánto tiempo, salía a la calle usando el picaporte de la puerta y con la nariz chorreante de una sustancia parecida a la sangre, una esencia de ultratumba, sin duda. El no poder traspasar los sólidos todavía se deberá a que no llevo ni un día de difunto. Respecto al ardor que resultó de mi choque contra la puerta y que continuaba en mi rostro, debe ser el recuerdo de un sistema nervioso resentido, creo.

Compruebo que nadie es indispensable. La calle y el barrio siguen igual sin mí. Caminé, como todas las mañanas de mis días ya idos, hasta el final de mi cuadra y automáticamente entré a la tienda de la esquina por el primer paquete de cigarrillos del día. Como siempre, hice mi pedido sin saludar al viejo de don Herminio, mientras reunía el dinero. Inexplicablemente, ese hombre ha fijado sus hundidos ojos en mí, ya no con el inconfundible fastidio disfrazado de fingida atención comercial, sino con algo que los mortales (recuerden que yo ya atravesé la famosa luz al final del túnel) llaman lástima, a tal punto que no me cobró esa ni las cientos de cajetillas que deben figurar en el libro de los fiados, que ya deben estar rematadas por una cruz, como señal de que la muerte anula todas nuestras deudas terrenales-con mayor razón aquéllas relacionadas con algo tan material como el dinero. Caramba, si debo estar en una especie de trance entre los vivos y los bien muertos, pues de nuevo mis temblorosas manos chocaron con la reja de formas sucias y angostas que resguardaban toda la mercancía de la tienda, incluyendo esas monedas de chocolate que son la secreta debilidad de un tipo rudo pero dulce en el fondo.

Una vez en la calle me extraña la valentía de un hombre tan mezquino como Don Herminio, al lograr hacer negocios con un espectro sin proferir un solo grito, si siempre me había echado a patadas y escobazos de su tienda cuando entraba con un “bareto” encima. Bueno, me preguntó cuánto tiempo más tomará esta transición entre saberme muerto y estarlo del todo… Me detengo en medio de la calle a sumirme en la importante reflexión acerca de si existe una muerte total o una muerte a medias, estado del que salgo gracias a un par de palabrotas de un taxista irritado y seguramente muy ignorante o muy ciego… ¡mira que confundir un idiota imprudente con un recién difunto! No creo que sea difícil, menos bajo este fuerte sol de mediodía (curiosamente desplegado como una sombrilla, sólo que con los rayos quemantes bajo su área), este sol que empieza a hacerme invisible, así como dicen que evapora a los vampiros. Penar en eso me asusta y me indica que me queda poco tiempo. ¿Tiempo para qué? He escuchado que deben cumplirse las últimas voluntades del agonizante antes de su partida al otro mundo, lo que me conduce al parque del barrio, media docena de cuadras al oriente, trayecto que hago solamente por Mariana, para verla, tal como vengo haciéndolo desde los doce.

Mariana, conserva su cara de niña inocente como siempre, su inalterable expresión de indefensión y abandono que me hace doler-casi literalmente-el pecho, a pesar de las capas y capas de maquillaje, la sombra oscura de sus ojos turbios. Esos ojos… ¡esos ojos! la fascinación que sobre mí ejercen sólo resulta interrumpida por los párpados sombríos en los pocos momentos en que se cierran, ya que Mariana parece muy despierta todo el tiempo, sin querer perderse un detalle de lo que pase alrededor suyo, creo.

Entonces ocurre un milagro que me desconcierta: una sonrisa. Primero como una pequeña desviación de su boca eternamente recta, luego como una mueca que desfigura su rostro impasible de una manera que sólo puedo calificar de hermosa…algo que había esperado toda la vida se me concede con la muerte ¡qué triste! Me acerco a ella, ya más aterrado que feliz, puesto que la sonrisa ha mutado en sonoras carcajadas, algo nunca antes visto. De pronto su risa se detiene, como si estuviera arrepentida por hacerme sentir mal, para decirme: “Oiga, ¿usted no debería estar en otra parte? Creo que lo necesitan en su casa”. Y me dejó así, con esas palabras, las primeras y únicas que me dirigió en esta corta vida. Mariana se fue abrazada con el idiota que siempre ha podido verse reflejado en esos ojos grises. Pero, ¿cómo era posible que me viera sabiendo que estaba muerto? Ella sabía que ya no debería estar “aquí”, con los vivos. O, ¿me habrá querido decir otra cosa? No, imposible, pero ya no quiero cuestionar más mi estado; creo que la ‘pensadera’ es la que me ata a este mundo…Bueno, vagaré un rato a ver qué pasa, como lo hacía cuando estaba vivo. Uhm, y tanto que especula la gente acerca de la muerte y todo sigue igual…bueno, morirán engañados. Uy, qué curioso, por aquí hay una señora con el mismo nombre de mi mamá, dice en este cartel que se murió…a lo mejor me la encuentre más tarde.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Niña, no te equivoques.
No confundas más los accidentes
con el trazo del destino.
Calla tus ojos ahora,
no admitas húmedas palabras
perlas que resbalan
hasta el fondo de tu pecho.
No dejes que griten, ¡no!
tus manos nerviosas,
pues te arriesgas a perder
la firmeza de su tacto.
Niña, no des mal paso.
Puedo ver ahora en tus pupilas
aleteos de golondrinas,
cadencia de latidos.
¡No te equivoques!

Notas

Mi corazón está a punto de estallar en medio de tanto apático frío,
de tanto distante que se cree a salvo del amor y así mismo lo afirma,
sin temor ni vergüenza.
Aún cuando te echo de menos,
ya no te extraño, mi tierno trozo de hielo,
el tiempo lejos de ti me ha mostrado lo falso del calor de tu contacto,
el mismo calor que aparece cuando estás a punto de congelarte,
simplemente porque ya no sientes nada.

*****

Unos ojos turbios,
del color de la bruma y de las nubes tristes al borde del llanto,
parecen querer decirme algo…
¿es así o sólo me imagino?
Me evaden ansiosos cuando los miro y sonríen dulcemente…
Cuando lo más sencillo sería renunciar a la mera posibilidad,
que suele ser más frágil cuanto es más hermosa,
me resisto a dejar de soñar.
El deseo siempre retorna
para encontrarme sola.
Se asoma en la locura
y me envuelve mil veces
antes de marcharse con el sueño.
Después el dolor de lo real
y de sacar este fuego
como veneno que moja mi cara:
encuentro el llanto sin motivo
queme amarga las noches
de hermosa luna llena.
Le temo a este deseo
que me rebosa la carne
el deseo sin objeto que me consume.
Y ¿qué, si no me importa
lo importante, sólo
la sensación burda, quemante,
del estar viva?
Salgo del paraíso artificial
de las palabras que me cubren
de la agudeza de las miradas
porque me son inútiles
para aprehender mi inquietud.
Hay días que los pies pesan
por una gravedad exponencial
que te pega el alma al suelo
hasta casi desaparecer.

Hay días hechos de humo
espeso y de sal,
de niebla que te corta
aunque ella podría cortarse.

Hay días que amontonan
piedras en tu boca
que te ahogan y saben
a la derrota premeditada.

Esos días marchitos
que te susurran muy cerca
¡muerte!
cuando más vivo te sientes.
La luz cansada del mundo
me embota los sentidos,
las voces del delirio hacen eco
en el cuerpo temeroso.
Te veo como a través de un cristal
empañado de sueño.
¡Cómo quisiera destruir este rostro
de distancia y prudencia inútil
que transforma mis cabellos
en hilos de metal oscuro
que me atan a una razón absurda
y retienen el galope de mi locura.
Mi lugar en el dolor
conduce todas mis lágrimas
al espejo de agua
donde yacen mil narcisos.
A mis ojos llenos de fuego
resultas más hermoso
cuanto más imposible,
lejos de la sordidez
que me empeño en esconder
de las miradas obtusas
de la gente que se niega
a sí misma, como yo.
¿Y qué es lo que hacemos aquí?
Jugamos a ser pequeños dioses,
mezquinos, rencorosos, pero dioses
que atan esperanzas a lo inasible
y que se someten por amor unos a otros.
Jugamos a jugar
y a vencer siempre,
a la muerte, a la tristeza
y a la duda eternamente sembrada.
No perder, no ceder, consigna
unánime pero imposible de cumplir
¿cómo hacerlo, si a cada segundo
se está muriendo?
Vendas a la medida de los ojos,
máscaras según la avaricia
y la ignorancia que muchas veces
se ponen a conciencia en el camino.
Miles de millones de dioses
que viven juntos como desconocidos
pero que siempre juegan
a enamorarse.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Me inunda una tristeza repentina...

Me inunda una tristeza repentina
como marea que llega sin aviso,
se colma la esponja
en el fondo de este cuarto oscuro.

Sólo la tristeza.
La desazón, la ruina del día.
Hoy no hay luna que brille.
Sólo la negrura vacía.

Se escapa la música,
las mariposas salen por la puerta
¡la puerta!
que olvidé cerrar.

Sin embargo hay luna
la noche estalla de luz,
el mundo sigue girando
aunque no quisiera.

Y esa luna me vigila
mientras arranco las alas
de las aves más hermosas
que sólo conocen jaulas.
Necesito una nueva página para ti
una limpia y alegre
como tu mirada
para decir que la vida vale la pena
sólo por tropezar
con gente como tú.
Aunque mi mezquindad natural
deseara retener
tu hermosura finita,
ya se que eres viento
de ligeros pasos
vagabundos.
Como el mar que se cansa
de un solo puerto.
Me asomo para ver tu espalda,
al menos,
y retuerzo mis manos
pequeñas, como yo,
mientras espero la marea
y pienso
tu sonrisa.
Cómo es que me veo separada,
rota como un espejo atacado
por el filo de una ira,
cada trozo se me antoja tan mío
a la vez que extraño.
Y lo peor de todo esto
es que no deseo el que me refleja.

Qué te cuesta...

Qué te cuesta darte la vuelta,
regresar por donde llegaste,
al punto donde no te importe
mi llamado ni mi mano.
Tu presencia encendió los grilletes
de esta pasión que me condena,
me sujetaste al juego absurdo
de las miradas y de los dedos
que me hace soñar con tu boca
llena de azúcar ajena.
Si tu fuerza fuera mía
ya habría cruzado estas montañas
mil veces y de regreso;
este cerrado caos de mi forma
se aferra a los trazos
simples de mis temores.
Acá dentro siempre es noche
llena de cristales de llanto
o una luna por sonrisa,
no sabe de aurora soñadora
que avance como imperceptible agua
llenándolo todo de a poco.
Se asoma una amenaza de día
de destellos quemantes
que lastiman la noche eterna.
Cada día me niego a pensar en ti
a regalarte mi angustia
cotidiana de verte
tus ojos
tu figura
a trasluz por los velos de la mente
el laberinto
de mi memoria
y yo.
Te busco en mis noches cansadas
agotadas de lo vano,
¿por qué me haces llorar
de dicha dulce e impotente?

martes, 10 de noviembre de 2009

Mátame incertidumbre...

Mátame incertidumbre
de volver a ver tus ojos
mirándome.
Mátame tedio
de los días sin ti
con el recuerdo atravesado
por las fisuras del alma
débil de forzada espera
de la nada.
Sólo tu fantasma
a falta de la valentía
que reclama la vida.
Por qué insistir en lo imposible,
cuando no hay prueba,
la simple y pura ausencia.

viernes, 6 de noviembre de 2009

De mi alma brotan flores
y de mis labios joyas de sangre,
cuanto más hondo es el dolor.
La apacible quietud de la dicha
esteriliza mis entrañas de poeta:
por eso prefiero el mal amor,
aunque me duela.

Cómo conocer de mi alma el reflejo,
como adivinarlo en los ojos ajenos,
distinguirlo en su timidez,
en las voces de las cosas,
en tu miedo absurdo
de mostrarme lo evidente,
la fantasía que maquino,
el espejo que me muestra
pero no me entiende.
¿Por qué tu empeño en lo difícil?
Voy de la dicha cuerda
de creer que al fin nos encontramos,
a la pena loca
de ver tu imagen
diluyéndose.

Aquí donde me ves
sentada en la comodidad
de lo cotidiano
siento estallar los ojos de llanto
y quiero desgarrarme la piel
de este desengaño.
Un puñado de arena
me impide cantar,
¿cómo me trago
las ganas enormes de llorar?
Deseo con fervor silencio y tiempo,
que lleguen,
para desterrarte de mi pecho.
Por ahora imploro,
grito el olvido.